Durante el siglo XVIII, ante el imperativo de satisfacer las necesidades debido a la competencia técnica en la industria y el comercio nacientes al margen del sistema universitario vigente, surgieron institutos tecnológicos en Gran Bretaña y Alemania. Esta tendencia también llegó a los Estados Unidos cuando en 1862, el Gobierno y el Congreso promovieron el establecimiento de colegios o universidades amparados en la ley Morill para la fundación de “Land Grant Colleges”. Iniciaron así escuelas con estudios profesionales o técnicos mantenidos gracias a la concesión de tierras por parte del gobierno de los Estados Unidos, para que las entidades crearan centros de enseñanza con estudios prácticos dedicados a la agricultura y a la industria.
Entre la Primera y Segunda Guerra Mundial (1915-1945) se dio la transición entre una sociedad industrial a una tendiente a satisfacer necesidades y servicios de bienestar, lo que dio origen a centros de estudios en los cuales se preparaba a los recursos humanos calificados en diferentes campos de la técnica y del sistema productivo. Fue cuando la práctica desplazó del escenario a la teoría. Se requería de una educación basada en la estrategia de una triple alianza entre el mundo del trabajo, el Estado y el sector servicios. ¿Y cómo se lograría?: fomentando los principios intelectuales, científicos y tecnológicos en lugar de impartir conocimientos especializados y limitados.
Se propuso impartir una educación basada en las competencias requeridas tanto en la industria como en el comercio, así como la función de analizar e identificar un problema y solucionarlo, precisar los valores en juego apoyado en la información numérica, trabajar en equipo y de manera constructiva con los demás, y tener la capacidad de comunicar resultados efectivamente, ya fuera en forma oral como escrita. Surgió un sistema educativo capaz de formar profesionales aptos para hacer funcionar la administración y los diversos sectores de la producción. Con el auge industrial que inicia en 1854 y se consolida hacia 1890, Monterrey necesitaba concretar programas orientados a la adquisición de conocimientos y de métodos para ponerlos en práctica en forma integral como humanista. Quien mejor entendió este reto fue don Eugenio Garza Sada, quien al recibirse de ingeniero en el MIT (Massachusets Instituteof Technology, USA) en 1917 y una vez que regresó a Monterrey, pensaba en dónde podía trabajar y respaldar a las empresas en las que su familia tenía inversiones. Seguramente se apoyó en un concepto de universidad similar al que propuso el cardenal Newman en 1852, en la cual abogaba por un centro de estudios en la cual el conocimiento fuese un conocimiento en sí mismo y saliera a enfrentar los retos del mundo moderno.
Una escuela en donde los alumnos debían conocer las verdades absolutas de Aristóteles, Santo Tomás o Platón, pero también donde adquirieran la capacidad de servir y crecer en un centro de trabajo. Un centro de estudios apoyado en la investigación enlazada a la enseñanza vigente como la que tenía el sistema educativo alemán. Pero también una escuela similar al modelo británico, en el cual predominan las relaciones estrechas entre maestros y alumnos, cuyo eje fomentara un entorno pedagógico repleto de clases “ex-cátedra” y seminarios.
Una escuela en donde teoría y práctica estuvieran perfectamente vinculadas. Si la teoría trata de comprender al mundo empírico, solamente observándolo pero sin transformarlo, entonces no tiene razón de ser en el nuevo esquema de la sociedad basada en la industria y en el sector servicios. La práctica trata de intervenir en un mundo empírico con el objetivo de cambiarlo para bien. En 1906 Francisco y Luis G. Sada, apoyados por el Presidente del Consejo Administrativo de la Cervecería Cuauhtémoc, fundaron una escuela politécnica a la que llamaron Cuauhtémoc con la idea de formar y apoyar la educación de sus colaboradores, al igual que la de sus familias y de la comunidad en general. Por la mañana acudían los hijos de los obreros y en la noche los trabajadores. Ahí se enseñaba carpintería, hojalatería, tejidos, cartonería, cestería, alfarería, yesería, modelado, plástica, juguetería, artes y oficios en general. Más tarde introdujeron cursos de comercio, agricultura, electricidad, refrigeración y técnicas de fermentación, así como clases de física y de química.
Las instalaciones estuvieron hasta 1927 en la Cervecería, pero luego se trasladaron a unas edificaciones situadas en la calzada Bernardo Reyes. Pronto se vieron los resultados, se logró erradicar el analfabetismo en la empresa. Con el trascurso del tiempo los empresarios abrieron colegios para los hijos de sus empleados y obreros, que continuamente estaban inmersos en procesos de capacitación y mejora continua.
*Artículo publicado en el ejemplar #42, septiembre, 2013