Don Eugenio se casó en 1921 con Consuelo Lagüera Zambrano y formaron una familia de ocho hijos, los cuales siempre se refieren al Tec de Monterrey como el noveno hijo y el más querido de todos. Existe en la memoria de quienes trataron a don Eugenio una serie de relatos que nos hablan sobre su vida íntima y privada. Esta información se concentra más en la vida de la persona y no en la del empresario y benefactor, el benemérito de la educación nuevoleonesa. Es muy valiosa porque nos permite conocer la parte humana de nuestro personaje.
En cierta ocasión, Rogelio Villarreal Garza, originario de Sabinas Hidalgo, quien con el correr del tiempo ocupó la alcaldía de San Nicolás de los Garza entre 1983 y 1985, siendo estudiante de la facultad de Derecho de la Universidad de Nuevo León llegó con su vehículo a la colonia Obispado para buscar la casa del entonces gobernador del estado, el Lic. Raúl Rangel Frías. Se le descompuso su carro afuera de una casa donde un jardinero estaba podando unos rosales. El jardinero se le acercó y le ofreció su ayuda, pues dijo tener conocimientos de mecánica. Ya en confianza, le preguntó qué hacía por el rumbo, a lo que Rogelio Villarreal le respondió que buscaba al gobernador para pedirle apoyo económico con el fin de comprar libros y formar una biblioteca para los alumnos de la escuela que no pudieran adquirirlos.
Quien llegó a ser un político notable en la entidad le sentenció al jardinero: “para que los hijos de los trabajadores como tú y sin los recursos para estudiar, tengan libros suficientes para hacerlo”. Entonces el jardinero le sugirió que fuera a la Cervecería Cuauhtémoc. Rogelio contestó con asombro:
“¿Y usted cree que ellos nos quieran ayudar?”. El jardinero le sugirió buscar al Lic. Ricardo Margain Zozaya. Cuando el jardinero terminó de revisar el vehículo, Rogelio Villarreal le ofreció unas monedas pero el jardinero las rechazó. Insistió: “Tenga, para que se eche una cerveza”. El jardinero terminó por aceptar la propina.
Al día siguiente Rogelio pasó por la Cervecería y decidió buscar al licenciado Margain, al fin y al cabo no perdía nada. Grande fue su asombro al ver que gradualmente todas las puertas se le iban abriendo sin dificultad. Cuando estuvo con el abogado, apenas le iba a explicar su proyecto cuando éste le dijo: “Don Eugenio me dio éste cheque para usted”. Rogelio sin saber realmente lo que pasaba, le advirtió que el no conocía a don Eugenio, a lo que don Ricardo le contestó: “Me dijo que ayer le ayudó a reparar su vehículo”.
Don Eugenio era metódico y estricto en las cosas que hacía y participaba. Por ejemplo, en la escuela para los hijos de los empleados y obreros de la Cervecería, don Eugenio personalmente iba y les entregaba las calificaciones a los niños. Una vez se dio cuenta de que el hijo del jardinero de su casa llevaba buenas calificaciones y le ofreció una beca para que estudiara en el Tec de Monterrey.
Respetuoso del tiempo, era un celoso guardián de la puntualidad, pues consideraba primordial el respeto del tiempo de los demás. Salía puntualmente todos los días a las ocho de la mañana de su casa en la colonia Obispado rumbo a la Cervecería, excepto los lunes que los dedicaba al Tecnológico para ver los problemas y los avances de la institución. En una ocasión llegó al Tec de Monterrey y un guardia no lo dejó entrar porque no lo reconoció, además de que no traía identificación. Entonces un alto funcionario de la institución se dio cuenta y reprendió al vigilante y quiso aplicarle un castigo. Cuando don Eugenio lo supo, pidió que reinstalaran al guardia en su puesto pues se requerían personas como él.
Desconfiaba de las personas que para todo le decían sí. Siempre tenía tiempo para quienes acudían a verle. Si alguien iba a buscarlo para pedirle ayuda, inmediatamente le pedía sin rodeos en qué podía servirle. Era amante de los libros, de la mecánica, de la electrónica y del billar, el cual jugaba todos los lunes con un grupo de amigos. Sabía los nombres de todos sus empleados y continuamente les decía: “tu ponte a trabajar, que de tu familia me encargo yo”. A ellos les dio empleo, educación, servicios de salud y vivienda. Fue un empresario con una visión social de la empresa.
Sus hijos comentan en tono festivo que conoció a la que fuera su esposa de una forma singular. Tenía negocios con Pío Lagüera, un accionista de Cervecería y entonces cónsul de España en Monterrey. Una vez fue a buscarlo a su casa y al tocar a la puerta salió un perro. Tenía miedo de ellos, pero una joven inmediatamente salió a sujetarlo. Ahí fue el flechazo. Por eso decía que su esposa literalmente le había “echado los perros”. Cuando llegaba a su casa, se quitaba el sombrero y con ello los problemas de la empresa se quedaban en el trabajo. No le gustaba tomarse fotos y tocaba el piano con la familia, especialmente gustaba de acompañar en el canto a sus hijas. Fue dueño de la quinta El Aguacatal, en Santa Catarina, a la cual acudía los sábados y los domingos. En esa huerta había naranjos, nogales, aguacatales y también muchas flores, especialmente las rosas que le gustaban tanto. Tenía temor de viajar en aviones. Por eso, siempre que le preguntaban a cuánto está Chicago de Monterrey, respondía: “como a tres jaiboles”. Regularmente los viajes que hacía a la ciudad de México eran en tren.
Como verán, estos relatos nos refieren la grandeza de un hombre que pensó en el bienestar de la sociedad, en la felicidad del prójimo, y en el cuidado, la atención y el respeto de la persona. Urge revalorar el ejemplo que Eugenio Garza Sada dio a la ciudad de Monterrey y a México. Fue un empresario que apuntaló a Monterrey como la ciudad industrial del país; un ser humano que no solo apoyó la educación, sino todo tipo de actividades asistenciales y filantrópicas. Un líder que generó riqueza para repartir trabajo y bienestar entre sus semejantes.
*Artículo publicado en el ejemplar #43, septiembre 2013