De la amistad decía Aristóteles que es “la cosa más necesaria en la vida1 ”. Esta afirmación la podemos encontrar en uno de los dos capítulos que el filósofo dedica al tema de la amistad en el libro Ética a Nicómaco o Ética Nicomaquea. En el mundo académico, sobre todo cuando se habla de ética, suele citarse esta obra del filósofo aunque muy pocos conocen o recuerdan que el autor dedicó dos capítulos de dicho libro al tema de la amistad, como si hubiera querido enfatizar la importancia del tema haciendo un tratado de mayor extensión y argumentando de manera detallada las razones por las cuales los amigos resultan necesarios en la vida.
En estas fechas en las cuales la mercadotecnia se ha apropiado del tema del amor y la amistad, sobre todo para aumentar las ventas o generar utilidades, vale la pena hacer una pausa para reflexionar sobre la necesidad de los amigos y distinguir diversas formas de amistad, sobre las cuales encontraremos que habrá unas mejores que otras.
Entre las distintas formas de amistad que señala Aristóteles está la que se basa en la utilidad, en el interés propio o provecho personal. Estas amistades no precisan de la compañía ni de la conversación, a menos que se requiera de algún servicio; tampoco buscan necesariamente el bien mutuo y se deshacen fácilmente, tan pronto como caduca el interés que dio fundamento o principio a dicha relación. Esta amistad que llamaremos “de conveniencia” no requiere que las personas sean buenas, justas o virtuosas. Amigos por conveniencia pueden ser los delincuentes que se asocian para cometer toda clase de transgresiones. Las amistades por conveniencia se mantienen mientras dure la utilidad que representa el uno para el otro.
Otra forma de amistad es la que está motivada por el placer o por la pasión. Este tipo de relación es la que brota espontáneamente entre los jóvenes, quienes por su misma naturaleza son apasionados e impetuosos, aunque volubles e inconstantes en sus sentimientos. “Por esto aman los jóvenes tan pronto como dejan de hacerlo, y a menudo cambian de sentimientos en el mismo día”, apunta Aristóteles2 . Este tipo de amistad tampoco es perdurable y podría llamarse amistad “ocasional o efímera”. La amistad perfecta, según la llama Aristóteles, es la que requiere de tiempo, trato y constancia; es como la rosa del cuento El Principito de Saint-Exupery, que se tenía que regar y cuidar a diario para sobrevivir. La amistad perfecta se desarrolla entre los hombres de bien u hombres virtuosos, que se desean mutuamente el bien y no sólo buscan el provecho propio. “Entre la gente de bien hay confianza, así como la seguridad de que jamás se harán injusticia y todas las otras cosas requeridas en la verdadera amistad” 3 . De aquí se sigue que otros tipos de relaciones a los cuales llamamos amistades no lo son en su sentido más pleno, puesto que en ellas existe la posibilidad de que se dé la injusticia.
Otra idea a resaltar sobre la amistad perfecta es que ésta facilita el cultivo de lo que hay de bueno en cada cual y no a la inversa. Los amigos verdaderos nunca solicitarán “servicios ruines”4 al amigo, pues sería contradictorio desear su bien al mismo tiempo que se le pide algo que lo demerita como persona virtuosa.
Haciendo una analogía con los votos matrimoniales, la verdadera amistad sería aquella que se mantiene en las buenas y en las malas, es decir, la que comparte tanto la felicidad como la adversidad. Pues el hombre dichoso, argumenta Aristóteles, necesita tanto de amigos como el que se encuentra en el infortunio. “Absurdo sería ciertamente hacer del hombre dichoso un solitario, porque nadie escogería poseer a solas todos los bienes, puesto que el hombre es un ser político y nacido para convivir.” 5 Pero convivir no significa mera coexistencia, sino genuino interés por comunicarnos y compartir nuestra vida con otros. Necesitamos al amigo para que nos aligere la carga en los tiempos difíciles, pero también nos es indispensable cuando se trata de compartir la felicidad, pues ¿qué sentido tendría una felicidad encerrada en uno mismo?, ¿qué sentido tendría poseer todos los bienes posibles y ser el hombre más dichoso del mundo si no se tiene a nadie para compartirlo?
¿Qué si los amigos son necesarios? ¡Claro que sí! ¿Qué la amistad perfecta es una utopía? ¡Claro que sí! Para empezar, desde Aristóteles hasta nuestros días hemos luchado por ser hombres y mujeres de bien o personas virtuosas sin conseguirlo del todo. Seguimos utilizándonos por provecho o por placer porque no hemos aprendido a actuar de otra manera, aunque sepamos reconocer que es mejor la virtud que su contrario. Pero los razonamientos aristotélicos sobre la amistad pueden ayudar a ponernos como horizonte aspiracional las pautas de la amistad perfecta. Que buscáramos como amigos a aquellos que nos desean el bien y nos ayudan a ser mejores personas; amigos que nos inviten a sacar lo bueno de nosotros mismos y no lo contrario. Pero sería mejor aún que procuráramos para nosotros mismos el convertirnos en esas personas de bien, en hombres y mujeres justos que sólo saben hacer el bien a los amigos.
1 Aristóteles (1999). Ética Nicomaquea. México: Editorial Época. (p.165) 2 Ibid (p. 169)
3 (Aristóteles p. 171)
4 Ibid (p. 176)
5 Ibid (p. 204)
*Artículo publicado en la Revista Campus Cultural No. 34